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Resulta trascendental que, ya desde muy pequeños, transmitimos el amor por la naturaleza a los niños. Y para que los niños en la naturaleza aprendan como apreciar y amar el paisaje y el mundo natural, hay que sacarlos a menudo de casa y de las ciudades.
No se trata sólo de hacerlo para que aprendan valores ecológicos y naturalistas. De hecho, los niños serán los primeros beneficiados al vivir experiencias al aire libre.
Múltiples beneficios para los niños en la naturaleza
No es una anomalía oír y leer críticas al sistema educativo actual. De cómo los niños son preparados para el mundo laboral, pero no por su enriquecimiento personal. Y de cómo la escuela convencional destruye la creatividad de los niños.
Si bien siempre hay exageraciones, hay bases para creer que hay algo de cierto en estas críticas. Encerrar a un niño en el mismo espacio y privarle del contacto con el mundo natural puede frenar sus capacidades cognitivas y emocionales. ¿Por qué? Pues porque el contacto con la naturaleza les aporta una mayor coordinación física (agilidad, equilibrio, etc.), y estimula (¡y mucho!) su imaginación, ganas de explorar y creatividad.
En parte, porque la naturaleza aporta muchísimos escenarios muy variados, en los que cada persona tiene que aprender a adaptarse a ellos. Una infinidad de estímulos y contactos lentos que también provocan que los niños en la naturaleza estimulen su propia autonomía y confianza en sí mismos.
Así lo resume Mari Luz Díaz, psicóloga, y presidenta de la red Onda de centros de educación ambiental de Andalucía, en este artículo: “Caerse, levantarse, ejercitar los músculos y los sentidos, ponerse a prueba, coger insectos, plantar semillas, son estímulos para el cerebro y también para las emociones, porque oler una flor, contemplar un campo de amapolas o ver cómo nace un ternero provoca al niño sensaciones que, a su vez, suscitan emociones, y esas emociones son luego importantes para construir el conocimiento”.
¿Cómo fomentamos el amor por la naturaleza?
El primer consejo que hay que seguir es muy sencillo: hay que llevar a los niños a distintos y variados entornos naturales para que los experimenten de primera mano. Una vez que se encuentren rodeados de naturaleza, hay que dejar que se familiaricen con ese entorno concreto, descubriendo, con nuestra ayuda, todos sus elementos: plantas, árboles, pájaros, insectos, flores, etc. La interacción con animales es primordial y, además, resulta mágica con sólo observar la felicidad de los niños.
Otra opción es adentrarse en el mundo de los huertos. En el Cerdanya Ecoresort podrán aprender el sistema de permacultura: una producción agrícola sostenible en base del propio ecosistema local. Otro ejemplo, aún más interesante: el Cerdanya Kids. Se trata de un juego de retos muy fáciles en pleno contacto con la naturaleza, algo esencial del ideario de una infancia feliz. Aprovecha un fin de semana de relajación en pareja para que los niños exploren la naturaleza.
Aunque puedan parecer muy evidentes o normales, la vida de ciudad de hoy en día nos desconecta de la naturaleza, y por eso hay que hacer un esfuerzo para reconectar a los niños con ella, y puedan vivir experiencias únicas. Cómo hacer una corona de flores, rodar por el campo, hacer una cabaña, o dormir en una que esté en un árbol… y un largo etcétera. Un paso más allá consiste en explicar a los niños, paulatinamente, procesos naturales un poco más complejos, como la climatología o fenómenos naturales como la sequía o las lluvias.
Para destacar aún más el aprecio por ese entorno natural (y privilegiado) al que se ha visitado recientemente, hay que recordarlo una vez de vuelta al hogar. Para apreciar el silencio o la belleza del paisaje, es buena idea hacerles notar la ausencia de estas cualidades en casa, comparándolas con el ruido o los olores de la ciudad, por ejemplo.
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